En 1872, Darwin vislumbró un lenguaje emocional universal en rostros humanos y animales. Hoy, esa brillante intuición se ha convertido en una asombrosa realidad gracias a la inteligencia artificial. Algoritmos avanzados, entrenados con vastas colecciones de imágenes, ahora revelan matices emocionales imperceptibles al ojo humano, incluso para veterinarios expertos. Imagine: dolor y estrés animal detectados con una precisión sin precedentes, abriendo un mundo de bienestar animal que antes era inalcanzable.